Érida
no sabía qué hacer. Miranda la había dejado allí, en las calles de Londres,
buscando a un joven del cual sólo conocía una vaga descripción que estaba,
además, obsoleta.
Suspiró
y siguió caminando. Probablemente, los otros estaban en la misma situación,
realizando una búsqueda infructuosa.
De
pronto, un cartel de neón digital llamó su atención: “Línea regular de vuelo
turista”. Se trataba de un Airbus de turismo urbano. Sintió enormes ganas de
embarcarlo, por lo que entró al luminoso establecimiento donde una joven
sonriente se apresuró a saludarla:
--Bienvenida
a líneas regulares, señorita. ¿Puedo hacer algo por usted? ¿Dónde desea viajar
hoy?
Érida
no estaba demasiado acostumbrada a la interacción social con desconocidos, así
que se sintió desconcertada. Su armónico rostro formó una expresión dubitativa,
y un mechón de su pelo negro cayó sobre su frente cuando se dispuso a
contestar:
--¿Cuáles
son los destinos disponibles? –preguntó insegura.
La
dependiente sonrió y, pacientemente comenzó a listar los destinos más cercanos
con los precios correspondientes y las horas de salida, sin olvidar mencionar
que cada viaje incluía, sin costo alguno, un obsequio de cortesía para sus
selectos pasajeros consistente en un refresco de agradable sabor 100% libre de
químicos y elaborado con agua potable sin contaminación de ninguna especie,
además de unas gafas de sol con el logotipo de la compañía.
Érida
fijó sus ojos azules en la pantalla que la dependiente señalaba para explicar y
listar, y se detuvo en el viaje de menor costo.
--¿Límites
de Londres?
La
dependiente pareció sorprenderse por su pregunta, pero en cuestión de segundos
recuperó la sonrisa casi permanente que ya parecía un rasgo fijo en su faz para
explicarle:
--No
mucha gente viaja en esa línea ya, señorita. Más que nada por motivos de
seguridad. El Gobierno no puede garantizar su protección ciudadana fuera de los
límites de la ciudad. Estoy obligada a advertirla de acuerdo con la ley. Por
otra parte, su edad…
La
mujer hizo una breve pausa para pensar dos veces lo que iba a decir a
continuación. Los menores de edad no estaban autorizados a traspasar los límites
sin la autorización de sus progenitores o cuidadores. Sin embargo, las ventas
de trayectos últimamente no eran muy buenas, y al pensar que si seguía
vendiendo tan poco podría perder su trabajo, decidió que no era buena idea
dejar pasar una sola venta.
--…
En fin, su edad no será un problema –terminó. Esta vez amplió su sonrisa
mostrando una dentadura muy cuidada.
Érida
ya había planeado qué decir a Miranda. Que iría a buscar a ese dichoso Jake. Y,
sintiendo por adelantado la ilusión de embarcarse en un pequeño paseo, adquirió
el pasaje y se dirigió a la cercana estación de airbuses.
****
Jake,
Mar, Juan y el abuelo cruzaban el cielo de la ciudad a una velocidad elevada,
por decirlo de una forma sutil. El
indicador digital del auto había avisado ya tres veces a sus ocupantes de que
se habían registrado tres correspondientes multas por exceso de velocidad, y
todo había sido transferido a las autoridades por el sistema de comunicación de
datos en tiempo real.
--Maldita
sea, Juan- bramó el abuelo- primero esos ineptos rompen mi tranquilidad y se
quieren llevar a mi chico- hizo una pausa para desordenar el pelo de un
cansado Jake por unos instantes- y luego tengo que aguantar tu conducción
homicida. No pienso vender mi taller para pagar las multas.
Juan
rio.
--Relájese,
Hand. Sabe que de igual modo su taller no tendría el valor suficiente.
El
viejo sonrió. Juan tenía razón. Los abusos del Gobierno eran innumerables, y
para sobrevivir había que pasar desapercibido. Pero a estas alturas, estimaba
que lo que había pasado ya les estaría costando, cuanto menos, una orden de
búsqueda y captura por las mal llamadas “Fuerzas de Seguridad”.
Mar
estaba un poco asustada, aunque no decía nada. Tímidamente se acercaba a Jake
tanto como podía, porque sentirlo a su lado en el asiento de atrás la
confortaba. Todo lo que había pasado era preocupante.
Juan
maniobró rápidamente para esquivar a un conductor despistado que usaba un
sistema de comunicación mientras manejaba su auto. El volantazo hizo que Mar
cayera encima de Jake que no se molestó y la ayudó a incorporarse.
El
abuelo se giró para preguntarle a Jake si su hermana, o como él la definió “esa
mujer” tenía algún contacto en el Gobierno o las grandes corporaciones, a lo
que el muchacho respondió con un ligero asentimiento de cabeza.
--Lo
imaginaba-dijo el abuelo. --No cualquiera puede llegar a calificar a alguien de
criminal y organizar una inmediata búsqueda en los matinales así como así. Sólo
un amigo de esa panda de corruptos.
Juan
asintió con la cabeza.
--Bueno…-dijo
Jake --no se trata de ella realmente, quien posee más influencia es Jhos
Hartman´n, su “novio”… el Presidente de “Alianzas Energéticas Progreso”.
Mar
tragó saliva. Hasta ella, a su corta edad, conocía la importancia de esta
empresa, que poseía el monopolio del suministro de energía gen-mod a nivel
internacional. Las influencias políticas e incluso religiosas de esta firma
eran apabullantes. Propugnaban la no igualdad entre “seres humanos” y “bestias
mutadas al servicio de los seres humanos”, en un orden que, según ellos, Dios
había planeado desde el principio de los tiempos.
Todos
los ocupantes del vehículo se habían alterado por esta revelación, pero se
mantuvieron en silencio. Sin embargo, Jake pudo sentir como su mente
“escuchaba” lo que cada uno de ellos pensaba. Eran pensamientos cargados de
rabia y desprecio hacia la empresa que se alzaba en los medios de comunicación
y difusión masiva, como la compañía que salvaría a la humanidad.
¡¡Beep-
BEEP – BEEEEEPPP!!!
Una
fuerte alarma sacó a nuestros amigos de su incómoda quietud. Juan trató de
mantener la calma para explicar a los chicos lo que el abuelo ya sabía:
--Muchachos,
acabamos de atravesar los límites de la ciudad. La generación esporádica de
energía gen-mod para el funcionamiento de este vehículo o cualquier aparato se
debilita a partir de aquí. Estamos en reserva.
Jake
se alertó:
--¡Pero…nos
pueden alcanzar! ¡Sigamos más! ¡Por favor!
El
abrazo de una angustiada Mar le hizo dejar de hablar. El abuelo, relativamente
tranquilo pese a la emergencia, se apresuró a intervenir:
--Podemos
seguir con energía gen-mod, muchacho, ese milagro que hizo funcionar el motor
de mi viejo auto de principios de siglo aún sin combustible –soltó una
carcajada y guiñó el ojo.
Mar
fue la primera en comprender. Dejó de abrazar a Jake y, determinada, lo tomó de
la mano, acercando su otra mano al cuadro de mandos del automóvil. Juan se
apartó un poco, intuyendo lo que iba a hacer. Mar cerró los ojos con fuerza y
de la palma de su mano comenzó a manar calor y una luz. El indicador de energía
subía lentamente mientras que el conductor, Juan, emitía silbidos de júbilo y
el abuelo reía y reía.
Aún
con la otra mano de Mar agarrando la suya, Jake se levantó y, al comprender lo
que hacía, esbozó una sonrisa que le dio una imagen absolutamente confiada y
atractiva, y abrió la palma de su propia mano al lado de la de Mar.
--¿ASÍ?
Los
ojos le brillaban… no había acabado de pronunciar esa palabra cuando el
indicador de energía voló alcanzando instantáneamente la posición de MÁXIMO.
Los
muchachos se sentaron de nuevo, cansados y orgullosos por lo que acababan de
hacer. Juan pisaba el acelerador hasta el tope, vitoreando y ciertamente excitado
por lo que acababa de pasar.
Y,
mientras se alejaban de los primeros límites de la ciudad, el abuelo miró a
Juan, divertido:
--¿Y
bien, caballero? ¿Qué opina de los servicios exclusivos de mi taller?
Al
oírlo, todos rieron al unísono.
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